Caza en el parque

 

Una tranquila mañana de junio estaba yo relajado tomando el sol con la barriga sobre mi piedra caliente haciendo la digestión y observando atentamente lo que pasaba a mi alrededor. Mi piedra estaba en medio de las siempre verdes uñas de gato, una planta rastrera a la que le gusta mucho el suelo arenoso y destaca por sus flores amarillas brillantes que siempre buscan el sol al igual que nosotros. Era temprano y el parque aún estaba tranquilo.

De repente oí ruidos de pasos y algo proyectó una sombra sobre mí, me tapaba el sol, rápidamente me escondí en el hueco debajo de la piedra y despacito me asomé a ver quien osaba molestarme en mi digestiva meditación solar. Era un humano grande con otro más pequeño que se sentaron uno frente al otro en cada lado del paseo sobre nuestras piedras. El pequeño llevaba un palo en cuya punta había una especie de red y el humano más grande llevaba una bolsa con trozos de pan. El más grande que debía de ser el padre empezó a colocar unos trocitos de pan en el paseo, mientras que el pequeño lo observaba con la red preparada.

Llevaban un rato sentados escudriñando cada piedra y hablando bajito, creo que estaban esperando que nosotros saliéramos de nuestros agujeros para cazarnos, por suerte para ellos esperaban sentados

Pasó media hora y habían venido algunas palomas que se acercaron a comerse las migas, padre e hijo las espantaban molestos porque no salía ningún animalito de los que querían apresar. De vez en cuando pasaban personas paseando o corriendo, algunas en su bicicleta o patinando y niños en triciclo.

Por debajo de las piedras y entre las plantas verdes me fui arrastrando, alejándome del padre y el hijo y me senté en otra piedra que estaba a unos diez metros para terminar con mi digestión. Estaba tranquilamente disfrutando del sol cuando otra vez cayó la sombra sobre mí, habían venido apresuradamente, mientras me metía debajo de la piedra, vi la red cayendo al lado mío, que persistentes eran.

Mientras tanto habían llegado los patos de la charca al lugar adonde habían estado sentados antes, y ávidamente se comieron todos los trocitos de pan. Cuando terminaron con todo, fueron al lugar donde padre e hijo se había vuelto a sentar, el pequeño con la red en la mano y el grande esparciendo más pan, justo en el lugar donde yo había estado tomando el sol por segunda vez. Los humanos entonces se levantaron a espantar a los patos, éstos se alejaron volando un par de metros, atentos a ver si habría más pan, no tenían ningún miedo y eran muy atrevidos.

El niño se levantó y se metió entre las piedras con su red. Nosotros observábamos desde nuestro escondite. Dio varias vueltas y levantó algunas piedras, cómo es lógico sin éxito. Bueno, lo que nos sobraba era tiempo, así que nos mantuvimos quietos hasta que los humanos se cansaran. Por suerte en éste parque no permiten la entrada de los perros, sino la situación hubiera sido diferente, aunque somos más rápidos que ellos, entre dos si nos pueden arrinconar y llegar a significar un peligro.

El padre seguía espantando a las palomas y patos que se acercaban a comer los trozos de pan. Finalmente el niño se cansó de dar vueltas sin éxito y se volvió a sentar. Después de una hora el niño le dijo algo a su padre, parece que estaba aburrido, cansado y con hambre y sed. Así que después de un rato se levantaron y se fueron.

Volvió la tranquilidad, las palomas y patos dejaron limpio el paseo, rápidamente se terminaron de comer el pan. Y yo volví a mi piedra para terminar de hacer mi digestión, disfrutando de la tranquilidad del parque.

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